Hay palabras que aprendemos mal, por variados y no siempre identificables motivos. Palabras que vamos a escribir y pronunciar mal durante mucho tiempo, hasta que tropecemos con ellas escritas o pronunciadas de manera distinta a la nuestra y eso nos haga investigar y descubrir la verdad. Si no tenemos esa curiosidad, seguiremos insistiendo en el fallo. Errores enquistados podríamos llamarlos.
Un caso común de estos errores tan interiorizados es el adjetivo intrínseco, que significa ‘íntimo’, ‘esencial’, entendiendo aquí ‘esencial’ como ‘connatural’, ‘inseparable de algo’. Un ejemplo: El riesgo físico es intrínseco a la práctica del motociclismo. Aunque no es una palabra que se use mucho en el habla común, cuando aparece lo hace normalmente en su versión incorrecta: *intrínsico. Que no nos confunda nadie: la única forma correcta para escribir este adjetivo es intrínseco.
Y ya que estamos en tiempos de crisis galopante, haremos lo que muchos: dar dos por el precio de uno. Por ejemplo, un error propio que le cuesta a quien esto escribe no cometer y que lo lleva a sujetarse la barbilla, dubitativo, y en ocasiones a regresar al diccionario por enésima vez, sabiendo que no será la última: *extricto con x. Pues no es con -x, es con –s y siempre lo será.